De la mañana a las nueve.

<Miércoles viscerales>

Se levantaron como siempre. Durmiendo poco y rezongando porque se tenía que ir. Ella lo tomaba mejor. Entre lo poco de luz que las paredes dejaban entrar, entre el café caliente y el tibio, entre las cinco y las seis de la mañana, se vestía.

La despedida era corta pero se sentía bien, solo quería estar ahí. El celular le alumbraba los pasos, la espalda y sus puntas rubias mientras avanzaba. Abrían una puerta y después otra, él cerraba la suya y ella abría otra, más grande. En lo que tardaba en sacar el paquete para empezar a fumar ya se había ido.

Dejó de mirar el retrovisor a mitad de camino, no iba aparecer, esos son trucos de cámara, juegos de magia, y ellas son magia solo cuando las tenés cerca.

Bajó del auto sin dejar de pensar, el timbre le sonó a su risa, el café le supo a mate, la mañana a domingo a la tarde.

No se habían peleado, pero se sentía mal. Los pocos mensajes cruzados, si bien en conflicto, no alcanzaban para tal malestar. A veces te sentís como el orto, se decía, a veces esta bien la cara larga.

No hubo foto con amigos, ni comentarios como dagas, solo estaba mal. Ya no era por ella, era por él.

Se iban a encontrar más tarde, con más gente, eso no ayudaba. Apuró un mate, se cargó de nuevo al auto y prendió un cigarrillo. Su único plan, fumar hasta llegar, y tal vez un chicle. No quería saludarla con aliento a humo.  

Llegó y ya solo lo separaban unos pasos. No le avisó que estaba ahí.

Estaba sentada con el resto. Abrió la puerta y le busco los ojos, ella lo miró, le extendió las manos y luego los labios. Juntaron las cabezas y al separarlas la sonrisa empezaba con uno y terminaba en el otro.

Se olvidó de todo al tocarla, del pecho agostado, y lo que fuera que jodía. 

Ella también es magia, cuando la tenés cerca.

El de pantalones rayados