No existe alma alguna que buscando en su interior respuestas y significados a su existencia, que en su tibio corazon refleje el pesar de sus conflictos como ser cambiante y que pueda ser afectado por el poco conocimiento de su espiritu, no se vea sacudido ante la lectura de El Lobo Estepario de Hermann Hesse.
Aqui un exracto resumido del Tractat que en él se encuentra, y que de una forma u otra habla con mucha mejor pericia del protagonista que él mismo. Un tratado que nos revela como persona y con el que terminamos por entender que la interpretacion sobre Harry Heller, va mas alla de ser la de un personaje sino la de aquel espiritu conflictuado que tenemos algunos hombres.
TRACTAT DEL LOBO ESTEPARIO
NO PARA CUALQUIERA
Érase una vez un individuo, de
nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el
fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las
personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante
inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de
sí mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso ello proviniera de que
en el fondo de su corazón sabía (o creía saber) en todo momento que no era
realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa.
Que discutan los inteligentes acerca de si era en realidad un lobo, si había sido convertido por arte de encantamiento de lobo en hombre, o si había nacido desde luego hombre, pero dotado del alma de un lobo estepario y poseído o dominado por ella, o por último, si esta creencia de ser un lobo no era más que un producto de su imaginación o de un estado patológico.
Que discutan los inteligentes acerca de si era en realidad un lobo, si había sido convertido por arte de encantamiento de lobo en hombre, o si había nacido desde luego hombre, pero dotado del alma de un lobo estepario y poseído o dominado por ella, o por último, si esta creencia de ser un lobo no era más que un producto de su imaginación o de un estado patológico.
Mucho e interesante podría
decirse de esto y hasta escribir libros sobre el particular; pero con ello no se
prestaría servicio alguno al lobo estepario, pues para él era completamente
indiferente que el lobo se hubiera introducido en su persona por arte de magia
o a fuerza de golpes, o que se tratara sólo de una fantasía de su espíritu. Lo que
los demás pudieran pensar de todo esto, y hasta lo que él mismo de ello
pensara, no tenía valor para el propio interesado, no conseguiría de ningún
modo ahuyentar al lobo de su persona. El lobo estepario tenía, por
consiguiente, dos naturalezas, una humana y otra lobuna; ése era su sino. Y
puede ser también que este sino no sea tan singular y raro. Se han visto ya
muchos hombres que dentro de sí tenían no poco de perro, de zorro, de pez o de
serpiente, sin que por eso hubiesen tenido mayores dificultades en la vida.
En esta clase de personas vivían el hombre y el zorro, o el hombre y el pez, el uno junto al otro, y ninguno de los dos hacía daño a su compañero, es más, se ayudaban mutuamente, y en muchos hombres que han hecho buena carrera y son envidiados, fue más el zorro o el mono que el hombre quien hizo su fortuna. Esto lo sabe todo el mundo.
En Harry, por el contrario, era otra cosa; en él no corrían el hombre y el lobo paralelamente, y mucho menos se prestaban mutua ayuda, sino que estaban en odio constante y mortal, y cada uno vivía exclusivamente para martirio del otro, y cuando dos son enemigos mortales y están dentro de una misma sangre y de una misma alma, entonces resulta una vida imposible. Pero en fin, cada uno tiene su suerte, y fácil no es ninguna.
En esta clase de personas vivían el hombre y el zorro, o el hombre y el pez, el uno junto al otro, y ninguno de los dos hacía daño a su compañero, es más, se ayudaban mutuamente, y en muchos hombres que han hecho buena carrera y son envidiados, fue más el zorro o el mono que el hombre quien hizo su fortuna. Esto lo sabe todo el mundo.
En Harry, por el contrario, era otra cosa; en él no corrían el hombre y el lobo paralelamente, y mucho menos se prestaban mutua ayuda, sino que estaban en odio constante y mortal, y cada uno vivía exclusivamente para martirio del otro, y cuando dos son enemigos mortales y están dentro de una misma sangre y de una misma alma, entonces resulta una vida imposible. Pero en fin, cada uno tiene su suerte, y fácil no es ninguna.
Ahora bien, a nuestro lobo
estepario ocurría, como a todos los seres mixtos, que, en cuanto a su
sentimiento, vivía naturalmente unas veces como lobo, otras como hombre; pero
que cuando era lobo, el hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando,
enjuiciando y criticando, y en las épocas en que era hombre, hacía el lobo otro
tanto.
Por ejemplo, cuando Harry en su calidad de hombre tenía un bello pensamiento, o experimentaba una sensación noble y delicada, o ejecutaba una de las llamadas buenas acciones, entonces el lobo que llevaba dentro enseñaba los dientes, se reía y le mostraba con sangriento sarcasmo cuán ridícula le resultaba toda esta distinguida farsa a un lobo de la estepa, a un lobo que en su corazón tenía perfecta conciencia de lo que le sentaba bien, que era trotar solitario por las estepas, beber a ratos sangre o cazar una loba, y desde el punto de vista del lobo toda acción humana tenía entonces que resultar horriblemente cómica y absurda, estúpida y vana. Pero exactamente lo mismo ocurría cuando Harry se sentía lobo y obraba como tal, cuando le enseñaba los dientes a los demás, cuando respiraba odio y enemiga terribles hacia todos los hombres y sus maneras y costumbres mentidas y desnaturalizadas. Entonces era cuando se ponía en acecho en él precisamente la parte de hombre que llevaba, lo llamaba animal y bestia y le echaba a perder y le corrompía toda la satisfacción en su esencia de lobo, simple, salvaje y llena de salud.
Así estaban las cosas con el lobo estepario, y es fácil imaginarse que Harry no llevaba precisamente una vida agradable y venturosa. Pero con esto no se quiere decir que fuera desgraciado en una medida singularísima (aunque a él mismo así le pareciese, como todo hombre cree que los sufrimientos que le han tocado en suerte son los mayores del mundo). Esto no debiera decirse de ninguna persona. Quien no lleva dentro un lobo, no tiene por eso que ser feliz tampoco. Y hasta la vida más desgraciada tiene también sus horas luminosas y sus pequeñas flores de ventura entre la arena y el peñascal. Y esto ocurría también al lobo estepario.
Por lo general era muy desgraciado, eso no puede negarse, y también podía hacer desgraciados a otros, especialmente si los amaba y ellos a él. Pues todos los que le tomaban cariño, no veían nunca en él más que uno de los dos lados.
Por ejemplo, cuando Harry en su calidad de hombre tenía un bello pensamiento, o experimentaba una sensación noble y delicada, o ejecutaba una de las llamadas buenas acciones, entonces el lobo que llevaba dentro enseñaba los dientes, se reía y le mostraba con sangriento sarcasmo cuán ridícula le resultaba toda esta distinguida farsa a un lobo de la estepa, a un lobo que en su corazón tenía perfecta conciencia de lo que le sentaba bien, que era trotar solitario por las estepas, beber a ratos sangre o cazar una loba, y desde el punto de vista del lobo toda acción humana tenía entonces que resultar horriblemente cómica y absurda, estúpida y vana. Pero exactamente lo mismo ocurría cuando Harry se sentía lobo y obraba como tal, cuando le enseñaba los dientes a los demás, cuando respiraba odio y enemiga terribles hacia todos los hombres y sus maneras y costumbres mentidas y desnaturalizadas. Entonces era cuando se ponía en acecho en él precisamente la parte de hombre que llevaba, lo llamaba animal y bestia y le echaba a perder y le corrompía toda la satisfacción en su esencia de lobo, simple, salvaje y llena de salud.
Así estaban las cosas con el lobo estepario, y es fácil imaginarse que Harry no llevaba precisamente una vida agradable y venturosa. Pero con esto no se quiere decir que fuera desgraciado en una medida singularísima (aunque a él mismo así le pareciese, como todo hombre cree que los sufrimientos que le han tocado en suerte son los mayores del mundo). Esto no debiera decirse de ninguna persona. Quien no lleva dentro un lobo, no tiene por eso que ser feliz tampoco. Y hasta la vida más desgraciada tiene también sus horas luminosas y sus pequeñas flores de ventura entre la arena y el peñascal. Y esto ocurría también al lobo estepario.
Por lo general era muy desgraciado, eso no puede negarse, y también podía hacer desgraciados a otros, especialmente si los amaba y ellos a él. Pues todos los que le tomaban cariño, no veían nunca en él más que uno de los dos lados.
Harry quería, como todo
individuo, ser amado en su totalidad y no podía, por lo mismo, principalmente
ante aquellos cuyo afecto le importaba mucho, esconder al lobo y
repudiarlo.
Quien, sin embargo, suponga que
conoce al lobo estepario y que puede imaginarse su vida deplorable y
desgarrada, está, no obstante, equivocado, no sabe, ni con mucho, todo. No sabe
(ya que no hay regla sin excepción, y un solo pecador es en determinadas circunstancias
preferido de Dios a noventa y nueve justos) que en el caso de Harry no dejaba
de haber excepciones y momentos venturosos, que él podía dejar respirar, pensar
y sentir alguna vez al lobo y alguna vez al hombre con libertad y sin
molestarse, es más, que en momentos muy raros, hacían los dos alguna vez las
paces y vivían juntos en amor y compañía, de modo que no sólo dormía el uno
cuando el otro velaba, sino que ambos se fortalecían y cada uno de ellos
redoblaba el valor del otro. También en la vida de este hombre parecía, como
por doquiera en el mundo, que con frecuencia todo lo habitual, lo conocido, lo
trivial y lo ordinario no habían de tener más objeto que lograr aquí o allí, un
intervalo aunque fuera pequeñísimo, una interrupción, para hacer sitio a lo
extraordinario, a lo maravilloso, a la gracia. Si estas horas breves y raras de
felicidad compensaban y amortiguaban el destino siniestro del lobo estepario,
de manera que la ventura y el infortunio en fin de cuentas quedaban
equiparados, o si acaso todavía más, la dicha corta, pero intensa de aquellas
pocas horas absorbía todo el sufrimiento y aun arrojaba un saldo favorable,
ello es de nuevo una cuestión, sobre la cual la gente ociosa puede meditar a su
gusto. También el lobo meditaba con frecuencia sobre ella, y éstos eran sus
días más ociosos e inútiles.
Todos estos hombres, llámense como se
quieran sus hechos y sus obras, no tienen realmente, por lo general, una
verdadera vida, es decir, su vida no es ninguna esencia, no tiene forma, no son
héroes o artistas o pensadores a la manera como otros son jueces, médicos,
zapateros o maestros, sino que su existencia es un movimiento y un flujo y
reflujo eternos y penosos, está infeliz y dolorosamente desgarrada, es terrible
y no tiene sentido, si no se está dispuesto a ver dicho sentido precisamente en
aquellos escasos sucesos, hechos, ideas y obras que irradian por encima del
caos de una vida así. Entre los hombres de esta especie ha surgido el
pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino
un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo
salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza.
Nunca ha tenido hombre alguno una necesidad más profunda y apasionada de independencia que él. En su juventud, siendo todavía pobre y costándole trabajo ganarse el pan, prefería pasar hambre y andar con los vestidos rotos, si así salvaba un poco de independencia.
Nunca ha tenido hombre alguno una necesidad más profunda y apasionada de independencia que él. En su juventud, siendo todavía pobre y costándole trabajo ganarse el pan, prefería pasar hambre y andar con los vestidos rotos, si así salvaba un poco de independencia.
En esto estaba su fortaleza y
su virtud, aquí era inflexible, aquí era su carácter firme y rectilíneo. Pero a
esta virtud estaban íntimamente ligados su sufrimiento y su destino. Le sucedía
lo que les sucede a todos; lo que él, por un impulso muy íntimo de su ser,
buscó y anheló con la mayor obstinación, logró obtenerlo, pero en mayor medida
de la que es conveniente a los hombres. En un principio fue su sueño y su
ventura, después su amargo destino. El hombre poderoso en el poder sucumbe; el
hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que
busca el placer, en los placeres. Y así sucumbió el lobo estepario en su
independencia. Alcanzó su objetivo, fue cada vez más independiente, nadie tenía
nada que ordenarle, a nadie tenía que ajustar sus actos, sólo y libremente determinaba
él a su antojo lo que había de hacer y lo que había de dejar.
Pero en medio de la libertad
lograda se dio bien pronto cuenta Harry de que esa su independencia era una
muerte, que estaba solo, que el mundo lo abandonaba de un modo siniestro, que
los hombres no le importaban nada; es más, que él mismo a sí tampoco, que
lentamente iba ahogándose en una atmósfera cada vez más tenue de falta de trato
y de aislamiento. Porque ya resultaba que la soledad y la independencia no eran
su afán y su objetivo, eran su destino y su condenación, que su mágico deseo se
había cumplido y ya no era posible retirarlo, que ya no servía de nada extender
los brazos abiertos lleno de nostalgia y con el corazón henchido de buena
voluntad, brindando solidaridad y unión; ahora lo dejaban solo. Y no es que
fuera odioso y detestado y antipático a los demás. Al contrario, tenía muchos
amigos. Muchos lo querían bien. Pero siempre era únicamente simpatía y
amabilidad lo que encontraba; lo invitaban, le hacían regalos, le escribían
bonitas cartas, pero nadie se le aproximaba espiritualmente, por ninguna parte
surgía compenetración con nadie, y nadie estaba dispuesto ni era capaz de
compartir su vida.
Para terminar nuestro estudio
queda por resolver todavía una última ficción, una mixtificación fundamental.
Todas las «aclaraciones», toda la psicología, todos los intentos de comprensión
necesitan, desde luego, de los medios auxiliares, teorías, mitologías,
ficciones; y un autor honrado no debería omitir al final de una exposición la resolución
en lo posible de estas ficciones. Cuando digo «arriba» o «abajo», ya es esto una
afirmación que necesita explicarse, pues un arriba y un abajo no los hay más
que en el pensamiento, en la abstracción. El mundo mismo no conoce ningún
arriba ni abajo. Así es también, para decirlo pronto, una mentira el lobo
estepario. Cuando Harry se considera a sí mismo como hombre-lobo y piensa que
está compuesto de dos seres hostiles y contrarios, ello es puramente una
mitología simplificadora. Harry no es un hombre-lobo, y si nosotros también
acogimos, aparentemente sin fijarnos, su ficción, por él mismo inventada y
creída, tratando de considerarlo y de explicarlo realmente como un ente doble,
como lobo estepario, nos aprovechamos de un engaño con la esperanza de ser
comprendidos más fácilmente, engaño cuya depuración debe intentarse ahora.
La bidivisión en lobo y hombre, en instinto y espíritu, por la cual Harry procura hacerse más comprensible su sino, es una simplificación muy grosera, una violencia ejercida sobre la realidad en beneficio de una explicación plausible, pero equivocada, de las contradicciones que este hombre encuentra dentro de sí y que le parecen la fuente de sus no escasos sufrimientos. Harry encuentra en sí un «hombre», esto es, un mundo de ideas, sentimientos, de cultura, de naturaleza dominada y sublimada, y a la vez encuentra allí al lado, también dentro de sí, un «lobo», es decir, un mundo sombrío de instintos, de fiereza, de crueldad, de naturaleza ruda, no sublimada.
Si Harry quisiera tratar de
determinar en cada instante aislado de su vida, en cada uno de sus actos, en
cada una de sus sensaciones, qué participación tuviera el hombre y cuál el
lobo, se encontraría en un callejón sin salida y se vendría abajo toda su bella
teoría del lobo. Pues no hay un solo hombre, ni siquiera el negro primitivo, ni
tampoco el idiota, tan lindamente sencillo que su naturaleza pueda explicarse
como la suma de sólo dos o tres elementos principales; y querer explicar a un hombre
precisamente tan diferenciado como Harry con la división pueril en lobo y hombre,
es un intento infantil desesperado. Harry no está compuesto de dos seres, sino de
ciento, de millares. Su vida oscila (como la vida de todos los hombres) no ya
entre dos polos, por ejemplo el instinto y el alma, o el santo y el libertino,
sino que oscila entre millares, entre incontables pares de polos. No ha de
asombrarnos que un hombre tan instruido y tan inteligente como Harry se tenga
por un lobo estepario, crea poder encerrar la rica y complicada trama de su
vida en una fórmula tan llana, tan primitiva y brutal. El hombre no posee muy
desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira
al mundo y a sí propio siempre a través del lente de fórmulas muy ingenuas,
simplificadoras y engañosas - ¡especialmente a sí propio!-. Pues, a lo que
parece, es una necesidad innata fatal en todos los hombres representarse cada
uno su yo como una unidad.
Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aun al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.
La ilusión descansa en una
sencilla traslación. Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás.
También nuestro lobo estepario
cree firmemente llevar dentro de su pecho dos almas (lobo y hombre), y por ello
se siente ya fuertemente oprimido. Y es que, claro, el pecho, el cuerpo no es
nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino
innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de
muchos hilos. Esto lo reconocieron y lo supieron con exactitud los antiguos
asiarcas, y en el yoga budista se inventó una técnica precisa para desenmascarar
el mito de la personalidad. Pintoresco y complejo es el juego de la vida: este
mito, por desenmascarar el cual se afanó tanto la India durante mil años, es el
mismo por cuyo sostenimiento y vigorización ha trabajado el mundo occidental
también con tanto ahínco.
Si observamos desde este punto de
vista al lobo estepario, nos explicamos por qué sufre tanto bajo su ridícula
duplicidad. Cree, como Fausto, que dos almas son ya demasiado para un solo
pecho y habrían de romperlo. Pero, por el contrario, son demasiado poco, y
Harry comete una horrible violencia con su alma al tratar de explicársela de un
aspecto tan rudimentario. Harry, a pesar de ser un hombre muy ilustrado, se
produce como, por ejemplo, un salvaje que no supiera contar más que hasta dos.
A un trozo de silo llama hombre; a otro, lobo, y con ello cree estar al fin de
la cuenta y haberse agotado. En el «hombre» mete todo lo espiritual, sublimado
o, por lo menos, cultivado, que encuentra dentro de sí, y en el «lobo» todo lo
instintivo, fiero y caótico.
Tememos que Harry atribuya ya
al hombre regiones enteras de su alma que aún están muy distantes del hombre, y
en cambio al lobo partes de su ser que hace ya mucho se han salido de la fiera.
Como todos los hombres, cree
también Harry que sabe muy bien lo que es el ser humano, y, sin embargo, no lo
sabe en absoluto, aun cuando lo sospecha con alguna frecuencia en sueños y en
otros estados de conciencia difíciles de comprobar. ¡Si no olvidara estas
sospechas! ¡Si al menos se las asimilara en todo lo posible! El hombre no es de
ninguna manera un producto firme y duradero (éste fue, a pesar de los presentimientos
contrapuestos de sus sabios, el ideal de la Antigüedad), es más bien un ensayo
y una transición; no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la aturaleza
y el espíritu. Hacia el espíritu lo impulsa la determinación más íntima; hacia
la naturaleza , lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su
vida temblando de miedo. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces,
entienden bajo el concepto «hombre», es siempre no más que un transitorio
convencionalismo burgués. Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos
por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de civilidad y desbestialización,
una pequeña porción de espíritu no sólo se permite, sino que es necesaria.
Pero, en fin, nuestro lobo
estepario ha descubierto dentro de sí, al menos, la duplicidad fáustica; ha
logrado hallar que a la unidad de su cuerpo no le es inherente una unidad
espiritual, sino que, en el mejor de los casos, sólo se encuentra en camino, con
una larga peregrinación por delante, hacia el ideal de esta armonía. Quisiera o
vencer dentro de sí al lobo y vivir enteramente como hombre o, por el
contrario, renunciar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida uniforme,
sin desgarramientos. Probablemente no ha observado nunca con atención a un lobo
auténtico; hubiese visto entonces quizá que tampoco los animales tienen un alma
unitaria, que también en ellos, detrás de la bella y austera forma del cuerpo,
viven una multiplicidad de afanes y de estados; que también el lobo tiene
abismos en su interior, que también el lobo sufre. También el lobo tiene dos y
más de dos almas dentro de su pecho de lobo, y quien desea ser un lobo incurre
en el mismo olvido que el hombre de aquella canción: «¡Feliz quien volviera a
ser niño!» El hombre simpático, pero sentimental, que canta la canción del niño
dichoso, quisiera volver también a la naturaleza, a la inocencia, a los principios,
y ha olvidado por completo que los niños no son felices en absoluto, que son capaces
de muchos conflictos, de muchas desarmonías, de todos los sufrimientos. Hacia
atrás no conduce, en suma, ninguna senda, ni hacia el lobo ni hacia el niño. En
el principio de las cosas no hay sencillez ni inocencia; todo lo creado, hasta
lo que parece más simple, es ya culpable, es ya complejo, ha sido arrojado al
sucio torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede nunca más nadar contra
corriente. El camino hacia la inocencia, hacia lo increado, no va
para atrás, sino hacia delante; no hacia el lobo o el niño, sino cada vez más
hacia la culpa, cada vez más hondamente dentro de la encarnación humana.
Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de apuro realmente;
tienes que recorrer el camino más largo, más penoso y más difícil de la humana
encarnación; habrás de multiplicar todavía con frecuencia tu duplicidad;
tendrás que complicar aún más tu complicación. En lugar de estrechar tu mundo,
de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo, tendrás que acoger
a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso
algún día al fin, al descanso Que hombres de tales posibilidades salgan del
paso con lobos esteparios y «hay viviendo dos almas en mi pecho», es tan
extraño y entristecedor como que muestren con frecuencia aquella afición
cobarde a lo burgués.
Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del «lobo» y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su parte mejor. A todo lo fiero dentro de si lo llama lobo y lo tiene por malo, por peligroso, por terror de los burgueses; pero él, que cree, sin embargo, ser un artista y tener sentidos delicados, no es capaz de ver que fuera del lobo, detrás del lobo, viven otras muchas cosas en su interior; que no es lobo todo lo que muerde; que allí habitan además zorro, dragón, tigre, mono y ave del paraíso. Y que todo este mundo, este completo edén de miles de seres, terribles y lindos, grandes y pequeños, fuertes y delicados, es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que el verdadero hombre que hay en él es ahogado y preso por la apariencia de hombre, por el burgués. Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo «comestible» y la «mala hierba», entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos.
Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del «lobo» y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su parte mejor. A todo lo fiero dentro de si lo llama lobo y lo tiene por malo, por peligroso, por terror de los burgueses; pero él, que cree, sin embargo, ser un artista y tener sentidos delicados, no es capaz de ver que fuera del lobo, detrás del lobo, viven otras muchas cosas en su interior; que no es lobo todo lo que muerde; que allí habitan además zorro, dragón, tigre, mono y ave del paraíso. Y que todo este mundo, este completo edén de miles de seres, terribles y lindos, grandes y pequeños, fuertes y delicados, es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que el verdadero hombre que hay en él es ahogado y preso por la apariencia de hombre, por el burgués. Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo «comestible» y la «mala hierba», entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos.
Así hace el lobo estepario con
las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de «hombre» o de
«lobo», ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como «hombre»! Todo
lo cobarde, todo lo simio, todo lo estúpido y minúsculo, como no sea muy directamente
lobuno, lo cuenta al lado del «hombre», así como atribuye al lobo todo lo fuerte
y noble sólo porque aún no consiguiera dominarlo.
Nos despedimos de Harry. Lo
dejamos seguir solo su camino. Si ya estuviese con los inmortales, si ya
hubiera llegado allí donde su penosa marcha parece apuntar, ¡cómo miraría
asombrado este ir y venir, este fiero e irresoluto zigzag de su ruta, cómo sonreiría
a este lobo estepario, animándolo, censurándolo, con lástima y con complacencia!
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