Hay personas que no van a pasar por tu vida sin más, no sin
antes darte un buen cachetazo. No sin someterte a planteos, no sin introducirte
a lo nuevo o tan solo integrar ese escaso grupo de los que te caen
bien, andá a saber por qué.
El era uno de esos. Argüelles a secas el primer año,
Christian luego, y loco para cuando hablábamos de él, porque de verdad estaba
loco.
Esta locura no reside en sus experiencias con las drogas, o
que de repente apareciera con la chiva pintada de violeta (o verde si lo
recordara), o por vender la discografía completa de Guns n’ Roses ¡¿Quién carajo
hace eso?! No, nada de esto lo hacía insano.
Sí la sanidad está abrigada en los parámetros morales por los cuales nos regimos al caminar la vereda, al patear la ciudad, los modales a
latigazos, la reserva y la cautela, ahí es donde se abre paso la locura en esa
persona. En contar sus experiencias más sufridas a penas conocerte, en marcar
características tuyas que escondés, en destaparlas y hacerte vivirlas como lo
que son, en liberarte, si cabe la palabra.
Esto que escribo es algo que tengo adentro hace mucho tiempo, más del
que me gustaría haberlo dejado encerrado. No me caben dudas de que no lo conocí
en su totalidad, pero vamos que hay gente que conocemos menos y queremos más.
No me creía (y no se si hoy lo hago) competente para pronunciarme
de esta forma. El hecho de que lo lea alguien que lo supo mucho más que
yo, o hasta igual, y que sea “exageración” la primera palabra que se le venga a
la mente al leerlo, me frenaba los dedos.
Pero podemos decir que hoy ya todo o bastante me chupa un
huevo. No tendré pudor para decir que quise a alguien que casi conocí.
El tiempo que estuvimos en contacto fue algo de dos años, que en
tiempo neto no llega a uno, ni en pedo. Compartíamos clases, técnicas,
electrónica, compartíamos armonía y perceptiva, compartíamos música, Frusciante,
Zeppelin, compartimos Stadium Arcadium y Chinese Democracy, compartimos solo una
cerveza (tres en realidad) a la salida de una grabación. Y ese fue el día del
cachetazo.
La familia le había dicho que no iba a tener para comer a esa hora -ya, tarde- y se nos
unió a Fernandez y a mi en la cruzada por encontrar una pizzería. Algo en lo que
Fernandez tiene un séptimo sentido -el sexto es desconectar el paladar del sistema
nervioso central e ingerir lo que sea, creo.
Quería empezar a leer a Nietzsche. Gonzalez ya había
recomendado leerlo para entender mejor 2001: Una odisea en el espacio de Kubric, y El Club de la Pelea de Fincher; al comentarlo, el viejo
Beltrando me había dado, con buen tino, una revista que hablaba de su vida -ahora
entiendo lo importante de saber del autor antes de leerlo.
Indeciso en arrancar
o procrastinar, el loco me dio la estocada en esa mesa de plástico roja, “tenés que leerlo” primero, “el
eterno retorno, todo esto ya pasó infinitas veces” después, y “te va a gustar,
porque es muy cruel como vos” para rematarme.
Hoy cada vez que leo al bigotón, que escucho el disco doble
de los Chili Peppers, y en menor medida, dentro de esa crueldad que me hizo aceptar en cinco palabras, lo recuerdo.
La noticia de su muerte fue otro cachetazo, muy distinto al
primero.
Hacía varios meses que no lo veía, ya no compartíamos las pocas clases
que cursábamos.“¿El loco se fue? dije, y “no tengo la más puta idea de porqué
me siento así”, pensé. Hoy lo sé, hoy entiendo que significa este rajuñazo que
me dejó en la espalda.
Es lo mas cerca a la muerte de un amigo que jamás estuve.
mB-dC2
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