Miércoles Viscerales
Tengo el conducto nasal irritado. Tengo sueño, sed y una indeseada
erección. Lo que antes de dormir era un lagrimeo, ahora es ardor. Mis ojos; es
ese producto de mierda que usaron para fumigar la casa. Dos grandes pelotas
rojas en lugar de ojos.
Pienso en esa invasión de pequeñas hormiguitas rojas como
una separación. Como cuando te dejan. Si las ves, el proceso más complicado ya
fue hecho. Te ganaron lenta e invisiblemente. Cuando las ves, ya es tarde. Y ahí
necesitas que venga el gordito con su mochila amarilla, asesinando, empapando
de veneno todo lo bueno y recordar solo lo malo. Así es más fácil.
Se meten por cada agujero disponible, van a lo dulce. Las
matás y vuelven a aparecer: el cumpleaños de la abuela fumando solos en el
frio, la primera vez que cogieron, metidas entre el azúcar, el zapato quemado,
en los azulejos caminando, las chicas coloradas y las grandes negras, ahí mostrándote
como te miraba a los ojos, como dos pelotas rojas cuando se reía.
Por quinientos pesos lo llamas a él, con su mochila de plástico
amarilla y su veneno líquido. Lo rocía en las paredes, platos y mesada. Te lo
sirve en un vaso, corto pero ancho. Querés esa sensación de mierda de nuevo.
Ser ese hijo de puta de la siesta, comezón en la nariz y mirar de nuevo con dos
pelotas rojas en lugar de ojos.
El de pantalones rayados.
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