Un Breve repaso por la vida de un artista que vale la pena conocer. Pasen y vean...
REVERÓN y LA HISTORIA DEL ARTISTA AVARIENTO
Carlos Yusti
Quisiera enfocar las palabras de hoy con respecto a esa odisea de pintar cuadros desde dos vertientes. Una sería desde mi experiencia personal y la otra que involucra a un artista de primer orden como lo fue Armando Reverón. Así que comienzo por lo segundo.
Con Armando Reverón ha ocurrido algo bastante curioso. Se le ha publicitado como un genio extravagante de la pintura nacional. Películas y una buena colección iconográfica han cimentado esta publicidad no del todo cierta. Claro que fue tocado por esa locura creadora e imaginativa de la que tenemos indicios por Don Quijote. Estuvo como huésped en ese infierno de sedantes y terapias torturantes que es el manicomio. Por supuesto fue un pintor dotado, quien con un solo trazo metió toda la luz del trópico en sus telas. No obstante su trayectoria artística fue algo bituminosa y accidentada.
Sus traspiés como artistas fueron muchos y salvando infinidad de obstáculos pudo realizar su obra. Al final optó por abandonarlo todo. Se marchó a Macuto con Juanita, musa y compañera, y un mono llamado Pancho. Aislado y estremecido por la luz del litoral se convertiría en un paradigma para las nuevas generaciones de artistas. Su actitud de renunciar a los oropeles del reconocimiento y el éxito en aras del perfeccionamiento de su arte es una postura que hoy tiene pocos adeptos, pero que señala una actitud ética trascendente.
Reverón llegó a un punto en el cual ya no ansiaba recompensas, ni halagos públicos o de la crítica especializada; mucho menos le quitaba el sueño cuales serían los alcances estéticos que tendría a futuro su trabajo. Al parecer sólo intentaba existir desde la magia luminosa que obtenía pintando. Más que un pintor talentoso con mucha luz interior, parece más bien uno de esos mendigos de una obra de Samuel Beckett, quien con inútil y resignada ansiedad está a la espera. Reverón a su modo esperaba. Pintaba para darle un sentido al tiempo y a esa la luz que lo inyectaba todo. Quizá esperaba que la luz fuera una respuesta a sus desvelos y desvaríos estéticos.
Algunos aprovechados del mundo del arte vieron en este solitario de Macuto una mina. Compraron sus cuadros a precios irrisorios. Luego fue necesario revestir a Reverón de cierta aura mitológica. Filmaron algunas películas con su manera peculiar de pintar. Dividieron sus etapas artísticas en períodos: azul, rosa, etc. Ventilaron a la luz pública su relación íntima con sus muñecas. Le promocionaron como un genio para que su obra entrara por la puerta grande del mercado. En este ínterin Reverón se desgastaba en una miseria con sombrero de copa, en una elegancia de opereta con castillete de fantasía incluido a orillas de la playa. Muerto el artista se convirtió en una negocio cantante y sonante.
La pintura de Reverón hoy nos salva del academicismo rígido, del cinetismo matemático y racionalista, del arte como vedettismo social, como perfomance y arte efímero. Reverón es la luz suicida, el paisaje límpido y el figuratismo de cuento árabe o de magia cotidiana.
Con su pintura Reverón supo transmitir que la luz de nuestro país es como un viento fuerte que estremece el ramaje de nuestros huesos, que nos empuja hacia la poética de la vida sin otros accesorios que la pasión de sentir la luz para mirar al mundo ya no con los ojos, sino con el corazón. Eugenio Montejo escribió con gran inteligencia poética: "En los ardientes mediodías, aun bajo el ala del sombrero, los ojos se pliegan hasta casi cerrarse, defendiéndose de la abrasiva claridad. Muchos hombres de nuestras costas guardan el hábito de verlo todo, aunque haya caído la noche, por una breve hendija que no deja adivinarles el color de los ojos. Ven como si durmieran. Así, por cierto, debió pintar Armando Reverón cuando en sus grandes telas de rústica materia trató de asir el testimonio de nuestra cruda intemperie marina. Así tendrían que ser vistos sus cuadros si queremos acercarnos a la vehemente luz que su pincel fielmente circunscribe. Son colores amotinados dentro de una tensión blanquecina."
Pintar como si durmiera a pleno día ese es el enorme legado de Armando Reverón. Ante tanta oscuridad política y económica quien dicta las pautas de luz es un pintor nacido en la Caracas de 1889, es un pintor al que hemos valorado desde lo anecdótico y lo singular; un pintor que, a pesar de la miopía cultural, nos representa y nos afirma al pintar esa luz de la que estamos hechos; lo único malo es que no tenemos ninguna disposición para ver la vida como si durmiéramos, como si soñáramos delirios con los ojos abiertos, pues vivimos en la vigilia monocorde de nuestras inefables apetencias humanas. Esto me lleva al segundo enfoque más personal.
Dedicarse a la pintura, o la escritura, es como arar en el mar para usar topicazo muy a tono con el tiempo que vivimos. Para mucha gente eso de pintar no es un trabajo en el sentido capitalista del término con sus horarios rígidos y sus ganancias de cuadro estadístico. Los “Artistas” (léase todo individuo que trata de asir la vida a través de una actividad estética) se encuentran ubicados en ese renglón de los vagos, de gente sin oficio conocido. Con semejante etiqueta dedicarse a escribir novelas, cuentos, poemas o a pintar cuadros resulta una andanza cuesta arriba.
Comencé a pintar debido a un amigo de mi papá que era maestro de obra de la construcción. Lo conocí como el señor Ramos y me enseñó un rupestre procedimiento para dibujar. Tomar el lápiz e ir llevando la línea desde la emoción de aquello que estoy viendo y deseo llevar al papel. Esa primera lección de mirar no me ha abandonó nunca: Comprender los objetos, asimilar sus bordes, metaforizar sus luces, texturas y sombras. Con los años aprendí que es básico convertir la mirada en manos para acariciar y aprehender el mundo y que este puede ser menos hostil y horrendo a través de la pintura, el dibujo y la escultura.
Esas primeras lecciones de dibujo me sirvieron por muchas razones, pero la principal fue que cambiaron para siempre esa idea estrecha que tenía de aquello que me rodeaba. La vida adquirió tonos distintos y mi existencia se convirtió en una reflexiva mirada sobre las personas y las cosas. He realizado algunas exposiciones de pinturas y de forma modesta he vendido algunos cuadros, pero lo que más me ha gustado fue esa primera lección de dibujo que me enseñó a tender la mirada como un puente con la vida cotidiana.
Tres frases me ha servido de equipaje en mi trayectoria a veces como pintor y otras como escritor. La primera es de un escritor y dramaturgo Italiano Luigi Pirandello: "La vida o se vive o se escribe", La segunda es de Quevedo:“El que escribe para comer ni come ni escribe” y la última frase la dijo Armando Reverón con un escatológico y preciso sentido: "Yo pinto con amarillo y mierda".
Hay algo sospechoso en eso de pasar tantas vicisitudes por el arte. Algo turbio debe haber tras bambalinas y quizá sea ese anhelo secreto de fama y reconocimiento. La fama en nuestro mundo actual está en estrecha conexión con la competencia y el enfrentamiento. Es necesario destacarse, caiga quien caiga, sobresalir en la foto de grupo haciendo alarde de cinismo. El reconocimiento es más complicado y a veces lo alcanzan los mediocres, aquellos quienes son más caraduras y lambepisos. El ambiente del arte y la cultura siempre han estado enrarecido. Los odios, las zancadillas y las bajas pasiones se dan aquí como en cualquier otro ambiente de la existencia mundana y silvestre. No entremos en detalles freudianos ni onanistas. El artista tiene que sobreponerse a todo, incluso a su pequeñez como ser humano para realizar una obra que marque pautas o sea paradigma para conocedores y legos.
Sucede muchas veces que un artista ha logrado crear una obra relevante sin llegar a pisar la alfombra roja de la celebridad, los premios, la bonanza económica, etc. Y puede pasar de igual manera que alcance todo eso sin percatarse él mismo de sus logros. El escritor Hugo Hiriart escribió: “Cada artista da la flor que le corresponde y todas son dignas de contemplación. Es preciso aprender a aceptar con humildad la posibilidad de que nuestro trabajo sea predecible, mediocre y que no tenga mérito alguno. La humildad, lo sabemos, es siempre difícil para el artista. Hay que entender que no es el fin del mundo si nuestro trabajo es un fracaso, algo de flaco valor. Y para eso se precisa, justamente, la sabiduría.”
No siempre se alcanza la sabiduría a través del arte, no obstante seguimos enfrentando el lienzo y la página/ pantalla en blanco para darle una oportunidad a la belleza, para darnos una oportunidad de ser sabios a través de la belleza.
Para terminar leeré un cuento de la tradición Zen, muy acorde con todo esto que he hablado y que ustedes con paciencia y gentileza han escuchado. El cuento se titula el
EL Artista AVARIENTO
Gessen era un monje artista. Antes de empezar un dibujo o una pintura, exigía siempre que se le pagara de antemano, y cobraba muy caro. Lo llamaban “El Artista Avariento".
Una geisha cierta vez le encargó una pintura. "¿Cuánto puede pagar?", preguntó Gessen. "Lo que usted pida", dijo la chica, "pero quiero que haga el trabajo en mi presencia".
Así que un día la geisha llamó a Gessen. Ella ofrecía una fiesta para su patrón. Gessen realizó una exquisita obra y cobró la suma más alta de su época.
Recibió su paga. Entonces la geisha se volvió a su patrón diciéndole: "Todo lo que este artista quiere es dinero. Sus pinturas son hermosas, pero su mente es sucia; el dinero se la ha enlodado. Pintada por mente tan poco luminosa, su obra no merece exhibirse. Apenas si servirá para una de mis camisolas". Quitándose la falda, le pidió a Gessen que le pintara otro paisaje en la parte de atrás de su camisola.
“¿ Cuánto me pagarás?", preguntó Gessen. "Oh, lo que sea", respondió la geisha.
Gessen mencionó un precio elevadísimo, pintó la pintura como se le había pedido y se marchó.
Mucho tiempo después se supo que Gessen tenía buenas razones para desear el dinero.
Una terrible hambruna asolaba con frecuencia su provincia. Los ricos no ayudaban a los pobres, de modo que Gessen tenía un almacén secreto, que nadie conocía y el cual mantenía lIeno de grano, preparado para estas emergencias.
El camino de su aldea al Santuario Nacional estaba en muy malas condiciones y muchos viajeros sufrían mientras lo atravesaban y él quería construir un camino mejor.
Su maestro había muerto sin realizar su deseo de edificar un templo, y Gessen deseaba erigir dicho templo para honrar su memoria y sus enseñanzas.
Después que cumplió estos tres deseos, Gessen arrojó sus pinceles y los materiales de pintura. Se retiró a las montañas, nunca más volvió a pintar.
Buen ejemplo a seguir sobre todo por aquellos a los que tienen y no les ha costado nada .
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