Miércoles Viscerales
Texto VIII
Texto VIII
"Lo sacudieron de entre las sábanas. Al
fin había terminado. Nunca pensó que esa combinación de palabras le fuera a dar
tristeza y alivio de un solo golpe. Se sorprendió de no llorar, se sorprendió mientras
pasaban las horas, y varios meses después.
Esa
mañana la perra no ladró, Dixie, reconocida por sus constantes alaridos en
reclamo, pareció respetar el momento. Solo duró ese miércoles, fue suficiente.
¿Cuanto
había pasado desde el último gesto de amor? ¿Cuanto desde la última palabra
hiriente? Sabía que ya no importaba, pero aun así, le apretaba el pecho, con
fuerza, con insistencia; pero sin lágrimas.
Con los años pensó
que la muerte no sería eso que lo derrumbara. Que inmune al repentino final que
ofrece el tiempo, caminaría por al lado, sin el peso en las rodillas.
Y
pasó, como pasan tantos, como pasaremos todos.
Como
otro de los días se levantó temprano en la mañana, para cambiarse y partir. Una
rutina mas pesada que de costumbre. Sobre los parpados pendía más que la simple
cotidianeidad. Dixie, ya no ladraba. Giró en pocos días de la explosión
frenética de movimientos, al cansino paso de un obrero tras su jornada laboral,
de perseguirse constantemente la cola por horas, a ser un trapo. Y todo lo que
dolió en medio, lo rompió.
Un
día más, que sabia, sería uno menos, escucho sonar su teléfono, una puñalada en
el vientre, reconoció la voz, pero no lo que decía. Con un puño entreverado en
la garganta, alcanzó a entender “tenemos que llevarla”… solo respondió “si” y
cortó.
Entro
en su casa, con la seguridad de que sus pasos lo guiaban al vacío. Y allí lo
encontró, nada, el viento que movía el olor rancio, las manchas de barro y
sangre seca, nada.
Se
le hizo un nudo en la panza, acudió a la fuerza, a tensar los nudillos, pero
lloró. Lloró por Dixie y como la había descuidado, porque ya no estaría para
ladrarle, para pelear con él por la pelota, lloró por la noviecita que se había
ido, lloró por el partido de fútbol perdido, y lloró fuerte, lloró por esa
vieja de mierda que decidió dejarlo solo a la tarde jugando en la vereda, que
le dejó la pieza vacía, por la que se alivió esa mañana de verano, lloró porque
ella quiso irse, porque no se quiso, por abandonarlo, lloró por no abrazarla,
por gritarle, lloró por amarla. Y hasta hoy a veces llora, cuado se acuerda.
Le
escribió un par de veces, y ella lo saludo por las noches; pero decidió dejarla
tranquila, y que de una vez por todas ande en bicicleta, porque él piensa que
ya dejó de ser grande, que ahora es tan solo una niña creciendo, y esperando
que llegue él para volver a ser abuela."
A Ma.L.Rios
El de pantalones rayados, y asi también está su razón
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